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Alfonso Flórez y el primer Tour del Porvenir para Colombia

Alfonzo-Florez-Campeon-TourdelAvenir80-1-1030x643 Alfonso Flórez y el primer Tour del Porvenir para Colombia Ciclismo Ciclismo en ruta Ciclismo profesional Colombia Marcos Pereda Sin categoría
Foto: Horacio Gil Ochoa/©Revista Mundo Ciclístico 1980

El Tour de l’Avenir. Y los colombianos que vuelven. Probaron en 1953, y fue un fracaso absoluto. Ahora… reintentan. Y asusta, asusta mucho.
Asusta todo, más bien. El recorrido, con 1627 kilómetros divididos en doce etapas y otros dos sectores. No las montañas, no, esas no podían amedrentar a los escaladores. No. El Grand Colombier, Morzine, La Clusaz… su elemento natural, el único en el que podrían asomar por los puestos delanteros. Pero el resto… escalofríos. Una crono individual de casi 25 kilómetros. Y, sobre todo, otra por equipos, entre Saint-Germain-du-Bois y Chalon-sur-Saône, que doblaba esa distancia. El estropicio que podían sufrir los americanos apuntaba a histórico.
Sobre todo porque allí estaban los mejores conjuntos del mundo, las selecciones más potentes. Clásicas como Bélgica, España, Francia (que tenía dos combinados), Holanda, Italia o Suiza. Otras más exóticas. Finlandia, Marruecos, Portugal. Y, sobre todo, ellos. Los equipos del bloque comunista, los que vivían más allá del Telón de Acero. Polonia, Checoslovaquía. Hasta la mismísima Unión Soviética, que llevaba un par de años dominando la competición, triplete incluido en 1978. Dos años en los que su mejor hombre impuso por completo unas condiciones que muchos pensaban eran inigualables en todo el pelotón. Incluidos los profesionales. Se llama Sergei Soukhoroutchenkov, y parece inabordable.
José Patrocinio Jiménez, Alfonso Flórez, Julio Alberto Rubiano, Fabio Arias, Antonio Londoño, Rafael Acevedo, Rogelio Arango. Esos eran los siete colombianos que intentarían sobrevivir a las duras rutas europeas. Destacar, si se puede. Incluso lograr algo. Una victoria parcial, una clasificación de la montaña.
Algo.
Todos los escarabajos formaban parte del equipo Freskola, y quien los iba a dirigir allí, Raúl Mesa, también era director de ese conjunto. De hecho fue la empresa de bebidas, junto con RCN, quien sufragó el viaje hasta Francia. Expedición de diez personas. Siete ciclistas, Mesa, un mecánico y un masajista. Acudieron finalmente otros tres individuos, pero ellos tuvieron que pagarse los gastos…
Pongamos en contexto esa prueba. De los quince parciales el equipo de la Unión Soviética se impuso en ocho. Otros dos fueron para polacos y checoslovacos. O, dicho de otra forma, aquellos hombres que se preparaban como profesionales, que contaban con los mejores entrenadores, que vivían única y exclusivamente para defender el honor de su país a lo largo y ancho del mundo, eran prácticamente irreductibles. Sobre todo en las etapas llanas, con su increíble rush final. O en terreno ondulado, donde sacaban a relucir una potencia que les permitía ascender puertos no demasiado duros con desarrollos imposibles de imaginar para el resto. Y, por supuesto, nadie podía pensar batirlos en las cronos por equipos. Disciplina militar, preparación al milímetro. En la de aquella carrera se impuso la selección de Checoslovaquia, con la Unión Soviética tercera y Polonia cuarta. Los colombianos hicieron el décimo mejor tiempo, a más de cinco minutos. En principio ya solo contaban para protagonismos secundarios…
Pero algo ocurre. Día tras día Alfonso Flórez se va filtrando en escapadas. Recupera tiempo aquí, gana otro minuto allá. Se aprovecha de ser un desconocido. Nadie lo vigila, Soukhoroutchenkov le permite hacer. En Saint-Étienne, cuarta etapa, marcha con otros nueve ciclistas. Sacan cinco minutos y medio, Barinov es líder. La jornada siguiente Flórez ataca en la Côte de Manche y se va con ocho corredores. Logra un minuto sobre el pelotón. Y, sobre todo, acaba vistiéndose de amarillo. Entonces empieza el verdadero duelo. Directo, un hombre contra otro. A cara de perro.
Porque el soviético es enorme campeón, eso nadie puede negarlo. Desde su mirada glacial, desde el cabello rubio y la sonrisa seria… todo desprende cierta imagen de distancia, de lejanía. Pero sobre la bicicleta el desempeño es excelente. Soukhoroutchenkov inicia su ofensiva en la etapa de Morzine. 110 kilómetros por rutas que un lustro más tarde llegarán a ser territorio sagrado para los escarabajos. Terreno sin un palmo llano, plagado de subidas ásperas y bajadas vertiginosas. El gran soviético avanza sin oposición, sin alzarse jamás del sillín, sin descomponer la figura. Está afrontando una contrarreloj de 100 kilómetros. Locura. Al menos para cualquiera que no sea Soukhoroutchenkov. De esa forma llega al pie del último puerto, el Col de la Joux Verte, con cinco minutos de ventaja sobre el líder colombiano. La carrera está sentenciada, Flórez no tiene nada que hacer.
Salvo fluir…
Joux Verte es una subida durísima, una escalera de quince kilómetros que tiene los cinco centrales a más del ocho por ciento de media y corona por encima de los 1700 metros. Y allí sucede el milagro.
Alfonso Flórez lleva un maillot de color dorado, publicidad de la marca de helados Miko sobre el pecho. Miko es una empresa francesa que fundó en 1927 Luis Ortiz. Un cántabro. Pasiego, hombres de las montañas. Pocas palabras, mucho trabajo. Como Alfonso. Que no pierde la calma y empieza a pedalear cuesta arriba. Estilo aéreo, hermosísimo, como si ningún esfuerzo cargase sus piernas. Por delante Soukhoroutchenkov avanza disfrazado de tanque de guerra. El asfalto parece estremecerse bajo sus ruedas. Pero la imagen es muy diferente a la del escarabajo. Donde en uno todo es gracilidad en el otro torna pesadez, fiereza casi grotesca. Flórez negocia cada curva dulcemente, saltando de una a otra como si nada de eso fuese distinto a hacer una salida dominical con los amigos. Y el tiempo empieza a estar de su parte. Los segundos caen, luego son minutos. En la cima de Joux Verte ha recortado casi tres sobre Soukhoroutchenkov. El descenso a Avoriaz es rápido, arriesgado, ambos limando en cada cuneta. Apenas cambian las posiciones. Flórez ha salvado el liderato por más de 180 segundos.
La locura. El primer sudamericano que viste una camiseta de líder en Europa empieza a creerse que puede mantenerla hasta el final. Pero los soviéticos siguen a lo suyo. Vencen en otras tres etapas consecutivas, buscan sorprender en cada recta, en cada terreno quebrado. Alfonso cuenta con la ayuda de José Patrocinio Jiménez, pero ellos son muchos más. Al final habrá tres rusos entre los cinco primeros, cuatro entre los siete. Una exhibición…
Sin premio. La etapa más complicada es la undécima, la que termina en Grand Colombier. El puerto más duro de la carrera, uno de los más exigentes de toda Francia. Allí vuelve a intentarlo Soukhoroutchenkov pero es inútil. Flórez está en su terreno, es el mejor escalador de la prueba. Seguramente, a esas alturas, uno de los mejores del mundo. El rubio gana en la cima, pero Alfonso, rostro reconcentrado, nunca una sonrisa, bigote sobre el labio superior, acaba de sentenciar.
El Tour de l’Avenir de 1980, el gran momento inicial para todo el ciclismo colombiano, termina en Divonne-les-Bains, a orillas del Lago Leman, justo enfrente de Suiza. El último parcial va para un francés de nombre Philippe Martinez. Pero todas las miradas se posan en el podio. Que exhibe a dos soviéticos. Yuri Alekseyevich Kashirin es tercero. Sergei Soukhoroutchenkov, segundo. Ambos han perdido más de cuatro y tres minutos respectivamente con el ganador. Sube con mueca tímida para recoger los ramos de flores, el último maillot amarillo. Es santandereano. De Bucaramanga, concretamente.
El 21 de septiembre de 1980 Alfonso Flórez Ortiz acaba de cambiar la historia del ciclismo colombiano. A partir de entonces nada será igual.
El final de Alfonso Flórez será trágico. Inesperado, quizá. O no, depende de a quién escuches, de qué versión leas. Fue el 23 de abril de 1992, ciudad de Medellín. Alfonso sale de casa a las ocho de la mañana, montado en su coche, un bonito campero de la marca japonesa Mitsubishi. Volvió a comer con su familia, y más tarde acudió a un taller cercano para recoger otro automóvil de su propiedad. Un Mazda. Sucedió en la avenida Pichincha, cruce con la carrera 65. A su esposa un vecino la acercó hasta el lugar, pero allí ya no había nada, solo un nutrido grupo de periodistas retransmitiendo en directo. “Como en las carreras en las que él participó”, dijo Martha Tarazona. Marcha a Medicina Legal, no le permiten la entrada, dicen que no puede verlo, que están haciendo la autopsia. Martha rompe a llorar.
Fueron sicarios los que abordaron su auto con una motocicleta. Cuatro tiros, en la cabeza. Profesionales. Alfonso se dirigía a una tienda para comprarle a su hija la mochila nueva que le había prometido. Nunca llegó. El asesinato había seguido el esquema tantas veces repetido en la época. Dos hombres sobre una moto de alta cilindrada que se ponen junto al automóvil o delante de él. El pasajero dispara sin piedad, en ocasiones utilizando incluso una metralleta UZI, antes de que el conductor acelere y se pierdan por el tráfico de la ciudad. Asesinos, muchos de ellos menores de edad, extraídos de las entrañas más profundas de la pobreza. En su cuerpo tres estampitas del Divino Niño y la Virgen María Auxiliadora. Una para recibir el encargo, otra para no fallar con la puntería y otra para poder huir sin problemas. La sinrazón de la violencia sincretizada con el catolicismo… Tantas veces se produjeron este tipo de hechos que el gobierno colombiano vetó la importación de motos especialmente potentes, obligó a los motoristas a ponerse prendas reflectantes con el número de matrícula impreso en ellas para ser fácilmente reconocibles y prohibió que más de una persona se desplazase sobre el mismo vehículo.
Las razones de la tragedia son, aún hoy, poco claras. Los hay que hablan de la relación entre Flórez y Pablo Escobar. Parece probado que Alfonso participó en algunas de las carreras que el capo organizaba en su velódromo privado. Pero, por otra parte, nunca aparecieron noticias sobre su vínculo con el tráfico, y la anterior referencia es, quizá, demasiado débil por sí misma. Otros, más aviesos, comentan que Alfonso Flórez nunca dejó de ser un mujeriego, aunque pareciera el hombre de familia perfecto. “Era nuestro único motivo de discusión”, dijo sobre eso Martha. Las mismas lenguas apuntan que tuvo un affaire con quien no debía. La novia o la esposa de un narcotraficante. Y que por eso fue condenado. Más osados, rizan la historia hasta el paroxismo. Flórez se acostaba con la mujer de su mejor amigo, que era un pequeño capo de la zona. Este sabía de las infidelidades de su amada, pero no con quién las practicaba (porque para estas cosas siempre hacen falta dos). Sin dudar en ningún momento sentenció a muerte a aquel tipo desconocido. Solo cuando le informaron del trabajo hecho descubrió que el ejecutado no era otro que su parcero Alfonso.
Ese fue, así sucedió, el triste final del hombre que una vez puso a Colombia en el mapa del mundo.