La autobiografía de Thomas Dekker que comienza en Madrid (avance del libro)
El 9 de mayo ponemos a la venta en librerías la autobiografía del exciclista holandés Thomas Dekker. La preventa ya está abierta en nuestra web, podéis hacer el pedido aquí y lo recibiréis sin gastos de envío a su publicación. Pero antes de que llegue esa fecha, os dejamos con un extracto del mismo, concretamente del 1er capítulo, que comienza precisamente en un hotel de Madrid.
CAPÍTULO 1
Esto está a oscuras. La penumbra tiene mil matices. Las cortinas están echadas, la puerta cerrada con llave. La única luz es el leve resplandor de la lamparilla de noche. Hay sombras que se arrastran por el suelo y por las paredes. En un tabique cuelga una lámina, vulgar y corriente, de una flor: una lámina como las que se ven siempre en este tipo de habitación de hotel.
Estoy acostado sobre la cama, en pantalón de chándal y camiseta. Ni siquiera me he molestado en descalzarme. Tengo pinchada en el brazo una aguja gruesa con un tubo de perfusión. Por el estrecho tubo corre mi sangre. Es de color rojo oscuro. Fluye lentamente hasta la bolsa que está sobre una balanza electrónica, en el suelo.
En un rincón de la habitación, lejos de la luz, hay un hombre sentado en una silla. No deja de menear el pie mientras escribe en su agenda. De cuando en cuando mira la balanza. Lo he conocido hace media hora, en el vestíbulo del hotel. Se presentó como el doctor Fuentes. Le envuelve un tufo a cigarrillo y tiene unas facciones de esas que olvidas de inmediato. Lleva un pantalón beis y una camisa a cuadros. Apenas si hemos intercambiado unas palabras. Su nivel de inglés es bajo y yo no hablo nada de español. Creo que ni siquiera sabe quién soy yo. Y no es que eso importe. No estoy aquí para charlar.
Fijo la mirada en la sangre que hay en la bolsa. Es como si no fuese mía. Como si fuese falsa. Me había imaginado que la primera vez sería distinto: más emocionante, más inquietante, como para un niño hurtar caramelos en la tienda de la esquina. Pero esto no tiene nada de emocionante. Ni siquiera estoy nervioso. Se trata de una cuestión mercantil. El dopaje es un negocio. Eso sí, un negocio del que es mejor que esté enterado el menor número posible de personas.
Tras un cuarto de hora, el doctor Fuentes se levanta de la silla. Me saca la aguja del brazo y me limpia la sangre con un algodón. Me da un marcador y me dice, con un fuerte acento:
—I give you number. Twentyfour. Two four. You must write here.
Señala la bolsa llena de sangre. Me incorporo, cojo el marcador y escribo el número en la bolsa. Asiente, y me dice:
Me pongo la parte de arriba del chándal y le doy la mano. Él abre la puerta y murmura algo más que no entiendo. Salgo al pasillo, donde la luz es tan fuerte que me hace daño a los ojos.
La puerta se cierra a mis espaldas.
Desde aquí ya no hay vuelta atrás.