Un salto más allá de la novela sobre corrupción deportiva: gran debut de Quintana con Cuervos y Palomas

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Cuervos y palomas se construye sobre la complejidad del absoluto protagonista de la historia: Marco Klein. El hombre de los silencios, del tormento interior. La criatura incapaz de purgar sus propios pecados: los deportivos, que sólo se pueden inferir; y también los personales, claros ante la vista del lector. Un chiquillo que aún arrastra un cuarto de siglo después el dolor ante el rechazo a uno de sus familiares; veinte años sin poder calzar en orden las cuatro piezas de su corazón; o, al menos, dos horas y diez minutos sólo para escapar de cada uno de sus problemas. Un rubio andaluz, de mil acentos.

El mundo de Klein es la rueda sobre la que gira el debut de un periodista reconocido por su trayectoria en el ciclismo, el torrentí Jorge Quintana (1976), que demuestra hechuras de sobra para la novela políciaca y un puñado de recursos para retener al lector en determinados momentos. Lo hace sobre todo en dos tramos: una sección de veinte páginas, las que doblan el lomo por la mitad, en las que la voz del doctor Laureano Ríos es el vademécum anti-cuñados sobre el dopaje en el ciclismo y en todos los deportes; y las últimas setenta, que sin romper en un cierre ’a la americana’, dejan al lector con cierta pena por saber cómo acaban los personajes, a los que acaba cogiendo cariño.

Atrapa en Cuervos y palomas la telaraña maléfica de Ríos, mentiroso compulsivo al que las fórmulas maravillosas que infunde por igual a deportistas y abueletes parecen haberle sorbido la materia gris. Lo hace la subinspectora Magda Ramírez, el espíritu más puro de la historia, con temperamento e ingenuidad en dosis iguales pero con bondad ante todo. Y el viaje por la Península de los dos polícias nos propone arquetipos muy de la ‘España del desastre’: el Master ProTour que decidió vivir por encima de su ritmo de vida y que sólo al final camufla un poco su estupidez (El Tuerto); el policía de barriga incipiente en busca de medallas (Vicente Garrido); o las mujeres -Sainz de Esnaola; la ignota y pálida mujer de cabello azabache; o la rusa con niño- que clavan sus espinas en el estómago del inspector. Se habla de dopaje y de la situación del deporte, antes y ahora, pero como insistimos, el libro es mucho más.

Quien lea esta novela desde un entorno ciclista especializado encontrará simpáticas referencias a lugares comunes del mundillo o nombres que le recordarán al pelotón de los ’90, los ‘2000 o incluso algún que otro exótico español en activo (¡qué dificil es, en efecto, construir un universo nuevo!). Pero aunque llegará por la fama de Quintana, se quedará más satisfecho por un conjunto más cercano a lo negro que a lo deportivo. Quintana cita entre sus referencias a Lorenzo Silva y a Alicia Giménez Bartlett; las alusiones al primero son poco esquivas en el arranque, pero el estilo más genuino del autor se va haciendo hueco.

Es una novela apetecible, traspasa el cajón de la literatura ciclista e incluso hubiese merecido no ser autoeditada. Los que la hemos disfrutado ya esperamos su secuela -o precuela, pues tantos cabos sueltos quedan por detrás como por delante-. Y si les parece estar leyendo una copia de las noticias de los últimos años, recuerden la cita que abre el libro: “(…) No escriba más que ficción. El resto sólo le traerá problemas”.

Cuervos y palomas. Jorge Quintana. Autoedición, 2015. 396 páginas. 15 €. Disponible aquí.

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