Aquella primera Grande para Colombia: Lucho Herrera y la Vuelta de 1987

foto-lucho.-Efe Aquella primera Grande para Colombia: Lucho Herrera y la Vuelta de 1987 Ciclismo profesional Colombia Marcos Pereda Vuelta a España
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Durante muchos siglos Benidorm fue un pequeño pueblo situado a orillas del Mediterráneo. En un breve periodo, pleno siglo XIX, se intentó hacer allí una explotación a gran escala de vino, pero la mayoría de vides fueron arrasadas por la filoxera, así que sus habitantes volvieron la vista a ese mar que les acompaña desde que nacieron. Vivir de lo que cae en las redes, pendientes de las tempestades, temiendo los meses oscuros.

Todo eso terminó en 1955. Entonces el alcalde franquista Pedro Zaragoza Orts hace público un documento que empieza de la siguiente manera: “Tratamos con estas páginas de dar a conocer cuánta realidad lograda y cuántas posibilidades futuras guarda nuestro Benidorm”. Él había visto el negocio. Allí hace buen tiempo, hay playas, hay calas, hay un agua templadita que hará las delicias del turista. Hombre de recursos, poco acostumbrado a que le llevasen la contraria, se puso en contacto con Francisco Muñoz, un prestigioso arquitecto de la zona. “Hazme un boceto de cómo será mi ciudad”. Y el otro marcó cuatro o cinco diagonales, casi al tuntún. Se aprueba el Plan General de Ordenación Urbana. Ya a principios de los sesenta llega el gran cambio, cuando permiten construir cuantas alturas se deseen, siempre que entre los edificios queden catorce metros de distancia. Está naciendo la ciudad vertical, la que actualmente tiene mas piscinas privadas que cualquier otro lugar de Europa y el mayor número de rascacielos residenciales del continente, con más de trescientos. Tomando la proporción con base en sus habitantes, el skyline de Benidorm es más denso que el de Manhattan…

El 23 de abril de 1987 Lucho Herrera está en Benidorm. Compitiendo. Una crono, concretamente, 6600 metros. Solo que el colombiano aparece relajado, casi como si aquello no fuera con él. Para el reloj en nueve minutos y doce segundos. El ganador, Jean Luc Vandenbroucke, hace sesenta y tres segundos menos. Herrera está en torno al puesto cien, pierde un minuto con tipos como Sean Kelly, y apenas se ha disputado una distancia que bien hubiera podido recorrer caminando. Debería ser desastroso, toda una decepción.

Y sin embargo…

Sin embargo Lucho acude pleno de tranquilidad a la Vuelta a España. El Tour de Francia, solo el Tour de Francia, eso es lo que me importa, eso vengo a preparar. Arropado por su fiel Café de Colombia (allí no está Parra, a quien los directores reservan para la Vuelta a Suiza), el aspecto de Herrera es despreocupado. Una victoria parcial, sí. La montaña, claro. A ver qué tal los cafeteros. Y los otros, los del Ryalcao Postobón. Todo eso. Pero para mí… Tour y nada más que Tour.

En realidad la Vuelta a España se adapta poco a las condiciones de Lucho, por lo que sus dudas están fundadas. Tres cronos en las que perderá un mundo. Y la montaña… bueno, la montaña es suave. Los Lagos de Covadonga parece un puerto de enjundia, sí, y se sube El Escudo también, una pared histórica. Pero el resto son altos de más o menos longitud, pero muy tendidos. Perfectos para que los grandes rodadores salven el tipo frente a un ataque del escarabajo. Tipos como Dietzen, como Fignon.

Como Sean Kelly.

El irlandés está haciendo una de sus temporadas increíbles, una de esas que asombrarían en otro pero que para él son casi rutina. Niza, Critérium International, País Vasco. Llega mejor que nunca a la Vuelta. Puede ser su gran oportunidad para imponerse en una prueba de tres semanas.

Lucho sigue a lo suyo. Entrenamiento con dorsal. A veces le caen segundos aquí y allá pero, por lo general, entra en el pelotón sin mayores problemas. Y entonces la carrera llega a Andorra. Donde Pacho Rodríguez dio un recital dos años antes.

Y Herrera despierta.

Al principio es tímido. La etapa acaba en Grau Roig. Puerto de Envalira, el más alto de los Pirineos. Donde Anquetil se sintió morir en 1964. Atacado por todos, denostado en la prensa. El gran campeón quiso dejar un último instante. Y ganó el Tour. Pero esa… esa es otra historia.

Allí, subiendo Envalira, cuando el parcial ya está decidido en favor del escapado Ibáñez Loyo, ataca Vicente Belda, escalador pequeñito del Kelme, veterano curtido en mil batallas. Y a su rueda sale Lucho, que asoma por primera vez. Consiguen renta escasa, apenas veinte segundos sobre los siguientes. No importa. Es un golpe de confianza. Octavo de la general. Y a Grau Roig han llegado cinco colombianos entre los diez primeros, cuatro de ellos del Café de Colombia. Tiene fuerzas, y tiene equipo.

Al día siguiente… otro picotazo. En Cerler, cima que acabará siendo familiar para los escarabajos. Segundo, detrás de Cubino. De nuevo Belda llega con él, pero el resto pierde más de medio minuto. Kelly, por ejemplo, casi dos. Cuatro cafeteros en el top ten de la etapa. Y Herrera cuarto de la general. A 49 segundos del líder, que ahora es Raimund Dietzen, un alemán de rubia alopecia que corre para el equipo cántabro Teka.

¿Y si…?

Pero Herrera sigue con su mantra. El Tour. Etapas, la montaña. Y preparar el Tour. Esto es de Kelly. Nos saca demasiado en crono, pierde poco cuesta arriba. Es suyo. O de Dietzen. Yo, el Tour. Pero ¿usted ha visto el recorrido del Tour? Es un infierno, durísimo, con subida contrarreloj al Mont Ventoux incluida. Allí debo dar el do de pecho. El Tour. Aquí no. Nada. Prepararme.

Pero llega la etapa décimo primera. El mismo ordinal que conquistó en Francia un par de años atrás. Casualidad. O no, vaya. Allí terminaba en Avoriaz, aquí rinde visita a un puerto mucho más exigente. Los Lagos de Covadonga. Sí, sí, el mismo donde los escarabajos espantaron en 1985 al subirlo con piñones de diecinueve dientes. Entrenando.

Y Herrera se desata. Vestido con su maillot rojo, líder de la montaña, cubiertos brazos hasta los codos con manguitos de color blanco, Lucho vuela. Ataca en La Huesera, el peor tramo de la subida, una recta infernal donde la pendiente no baja nunca del doce por ciento. Y algo ha cambiado. Su estilo… su estilo es diferente. Distinto. Va parado sobre los pedales, moviendo la bicicleta de un lado a otro, dejando caer el peso de todo su cuerpo en cada giro de las bielas. Descompone su figura él, que siempre fue bailarín en las cumbres. Pero merece la pena. Las imágenes muestran un ritmo, una velocidad, que contrasta con la de los perseguidores. Ellos parecen inmovilizados en brea derretida, Luis Alberto se desliza por una pendiente helada. Jamás se ha visto un Lucho tan seguro de sí mismo, con tanta confianza. No, al menos, en Europa. Ese no es un ataque que busque ganar la etapa, no.

Ahí está intentando vencer la Vuelta.

Los comentaristas de Televisión Española gritan, asombrados. Herrera brinca de una curva a otra como si fuese un gamo, como si toda su existencia hasta aquel día hubiese estado dirigida a eso precisamente, a devorar con gula de adolescente las ásperas cunetas de los Picos de Europa. Allí, donde el cielo se hace roca y verde, donde (casi) siempre se queda a vivir la niebla. Lugar sagrado, otro más, para los colombianos. Lucho será el primero, y hasta repetirá otra vez. Y luego Rincón, y también Nairo. Asturias, patria cundiboyacense…

Herrera entra esprintando, alza los brazos, satisfecho… y rápidamente vuelve a agarrar el manubrio para frenar casi en seco. Es tan poco el espacio, son tantas las cámaras, que ha estado a punto de atropellar a alguien y caer. Detrás los segundos empiezan a contar. Uno, dos, tres… 86 más tarde llega Belda, su sosias pequeñito y menos fiable. Junto a él Kelly, que se ha defendido mejor de lo que todos esperaban. El resto…un goteo. A partir del décimo todos por encima de los dos minutos. Y una consecuencia inesperada.

El liderato.

Ese 4 de mayo Luis Herrera cumple 26 años. Vence en la cima más mítica del ciclismo español. Y se viste con el maillot amarillo. Un premio inesperado, dice, temporal, Kelly lo recuperará en breve, no hay terreno para arrebatárselo. Pero nadie le cree. Tiene 39 segundos sobre el irlandés, 50 sobre Dietzen, el resto a partir de los 120. Y está, sobre todo, su mirada. Su gesto. La increíble ascensión a Covadonga, atacando desde mucho antes de lo necesario para solo ganar la etapa. Esa seriedad que ya no es timidez, sino concentración. Lucho Herrera ha olido la posibilidad de vencer. Ahora ya no prepara el Tour.

Ahora se va a dejar la piel.

El principal obstáculo es irlandés, ha sido granjero y dicen que tiene un físico de hierro. Se llama Sean Kelly, también está ante su gran oportunidad. Jamás pudo con las tres semanas y ahora… Es exactamente lo contrario a Herrera. Grande, musculado, rodador excelso, contrarrelojista magnífico, un sprinter de primer nivel. Su palmarés llena páginas y páginas con clásicas y pruebas para hombres rápidos. Pero falla cuesta arriba, siempre falla cuesta arriba. Hasta ese año. Más o menos.

La Vuelta parece que va a jugarse en la etapa 18. Contrarreloj en Valladolid de 24 kilómetros. Totalmente llanos. Todo el mundo espera que Herrera se mueva en sus guarismos habituales. Unos tres minutos perdidos con Kelly sería resultado aceptable, le permitiría pensar en voltear la carrera por el Sistema Central. Pero el colombiano anda como nunca y, sobre todo, se está exprimiendo más de lo que jamás hizo. Termina décimo séptimo en la crono, a un minuto y veinte segundos de Kelly, que ni siquiera ha ganado la etapa. Detrás de Herrera quedan hombres como Fuerte, Delgado, Lejarreta, Montoya o Arroyo. Nadie puede creer su tiempo. Es, definitivamente, otro Jardinerito.

Uno que está en la general solo detrás del irlandés. Cuarenta y dos segundos. ¿Podrá solventar esa desventaja en las tres etapas montañosas que quedan? Su pedalada parece irresistible, pero ningún segmento acaba en alto. Enigma…

Que se resuelve nada más iniciarse el siguiente parcial. Allí, a dos kilómetros de la salida, se retira Kelly. Lágrimas en los ojos, maillot amarillo en sus espaldas. Tiene un forúnculo en el perineo, uno dolorosísimo que no le permite apoyarse sobre el sillín. Lo ha intentado todo. Un filete justo entre el culotte y la piel, emplastes, incluso sajarlo para que de allí solo saliese sangre y pus. Nada, imposible. Ni siquiera un hombre de hierro puede aguantar semejante agonía. Todo queda despejado para la victoria de Lucho.

Aún así, se exhibe. Persigue a Fignon por las cumbres de Gredos, mete un minuto adicional a todos los rivales. Después de esa etapa lo separan más de sesenta segundos de Dietzen, el segundo en la general. Tiene un equipo potente, con Henry Cárdenas entre los diez primeros y otros dos colombianos del Postobón en el top ten. Son Omar Hernández y Óscar de Jesús Vargas. Nadie duda que, llegado el caso, echarán una mano a Lucho. Todo sea por el orgullo patrio.

No hace falta, porque el asunto está más que controlado. Años después, en su polémica autobiografía, Laurent Fignon contará que el equipo Café de Colombia pagó a su escuadra, Système U, para que no atacaran y les ayudasen amarrando la carrera. Fignon, dice, aceptó. Tenía una victoria de etapa, un puesto en el podio y muy pocas ganas de guerra… qué hay de malo en ganar algo de dinero adicional. Herrera niega el trato, el resto de escarabajos apoyan a su compatriota. ¿Por qué habrían de pedir favores a quien se mostraba mucho más débil que ellos? Fignon miente, cuentan. Pero allá quedó escrito…

El 15 de mayo de 1987 es un día histórico para Colombia. En Madrid miles de banderas tricolores se agitan saludando el paso de uno de los suyos. Vestido de amarillo. Vencedor, al fin, en alguna de las tres grandes pruebas por etapas del calendario europeo. Tenía que ser él, claro. Luis Alberto Herrera. El Jardinerito de Fusagasugá. Que aquel bautismo llegase, además, en la casa de la antigua potencia colonial no hizo sino aumentar el simbolismo del hecho.

Aquella tarde, en el podio, Lucho Herrera llora mientras escucha ¡Oh, gloria inmarcesible! ¡Oh, júbilo inmortal! “El Jardinerito plantó su primera flor”, titula El Mundo Deportivo, un periódico español. Por Bogotá no se ve un alma. La televisión narra en directo, la radio se desgañita añadiendo emoción a la emoción que ya hay. Cuando Herrera cruza la última meta se desata el júbilo, las calles llenas de gente, música sale de todos los lugares. Rafael Niño, el de Cucaita, está exultante. Ni siquiera los golpes que recibió por parte de la Policía española al término de la etapa (se montó un enorme caos en el que nadie sabía quién era aficionado y quién miembro del equipo) le borran la sonrisa. Al fin ha logrado la gran victoria fuera de América, aunque fuese como director. Y confiesa.

“Vinimos para ganar la montaña y alguna etapa, pero Lucho empezó a ir a más y… Además, hemos andado con frío y con calor, subiendo y bajando… quiero dedicar este triunfo a Colombia y especialmente al resto del equipo que se ha quedado en nuestro país”.

A Lucho lo cuelgan del teléfono. Todos quieren hablarle, todos le hacen carantoñas (los familiares) o promesas (los políticos). Él cuenta cosas de su intimidad a los periodistas. Pocas, porque siempre es discreto. Que no le gustan las centrales nucleares. Que disfruta escuchando a Julio Iglesias y Rocío Jurado. Que en el cine prefiere las películas simples, las de Chuck Norris, o Charles Bronson, o Bud Spencer.

Lucho Herrera ha ganado la Vuelta Ciclista a España de 1987. También, claro, el maillot de mejor escalador. Otros tres compatriotas (Óscar de Jesús Vargas, Henry Cárdenas y Omar Hernández) entran entre los diez primeros de la general. Ryalcao Postobón se llevó el premio de mejor equipo, Café de Colombia fue tercero.

Colombia ha conquistado España.

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